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Por José Sarmiento Hinojosa

UNO

Diciembre de 2015

He sido invitado como expositor a una ponencia sobre un tema cinematográfico en agenda por un festival independiente en Lima. Con gusto, y como siempre, sin dinero de por medio, acepto la invitación y acudo al local donde habríamos de proyectar algunos trabajos y conversar al respecto con otros invitados. Es una casa en Pueblo Libre.

Pienso hacia mis adentros que los espacios alternativos nunca me han espantado. Al menos no por fuera. Creo que con algo de voluntad e inversión casi cualquier espacio puede ser un lugar propio para proyectar. En cualquier distrito, provincia, ciudad. Cuestión de empuje, organización, orden.

Me abren la puerta. No parece haber nada instalado para una conferencia. En una mesa algunos muchachos preparan café. Me saludan. Estoy algo desconcertado. Me siento en un banco por unos minutos hasta que pregunto por el espacio de exposición. Necesito revisar unas notas y tomar un vaso con agua. “¡Ah!” Me dicen. “Aún no hemos armado nada”. Mi desconcierto permanece, pero prefiero dejarles el beneficio de la duda. “¿Puedes ayudarme a cargar esta mesa?”, me dicen.

Cinco minutos después me encuentro colocando sillas y mesas para armar el espacio donde iba a exponer. Alguien instala unos parlantes de computadora en una laptop. La proyección da a una pared escondida tras dos columnas. Es decir, nadie detrás de las columnas puede ver la proyección.

Empieza la ponencia. Hay diálogo. Una colega pide una botella de agua. No tenemos agua, tampoco una mesa donde colocar mis notas.

El conversatorio, que convocó a unas veinte personas, termina y se me agradece por la asistencia. Recibo una cajita con snacks de granola. Los organizadores se preparan para irse: “¡unas chelas en el Sargento!”. Sigo confundido, pero tomo mi taxi para huir del lugar.

Junio de 2016

Una vez más he sido invitado por otro festival de cine en Lima  para exponer sobre un director checo. Como siempre acepto, pero pidiendo que se me cubra las movilidades, ya que las presentaciones son en el Centro de Lima, y mi lugar de trabajo me impide llegar con prontitud. Me dicen que no hay problema.

Recibo una llamada de una de las organizadoras. La fecha y la hora han sido cambiadas. Reorganizo mi agenda.

El día de la charla, llego a la sala del conversatorio. Todo en orden. No hay nadie. Enseguida empiezo a cuestionar mi popularidad entre los cinéfilos locales. Llegan 2, 3 personas, amigas de la organizadora. Inicio el conversatorio, tarde. Se me pide disculpas por la escasa (nula) difusión. Al irme, se me dice que en el momento no había plata y que por favor pague mi taxi con promesas de reembolso. Me voy.

Segunda fecha. Se me avisa a última hora la realización de este conversatorio. Se me promete un taxi desde mi puesto de trabajo. Espero hasta mi salida. Nunca llega. Me traslado a mi hogar donde recibo una segunda llamada. Me dicen que me envían un segundo taxi. Se me vuelve a llamar a última hora para decirme si podía pagar este taxi también, y que luego se me reembolsaba todo. Como me pareció poco adecuado, digo que no y se me promete un tercer taxi, el cual espero una hora. Recibo una llamada más. El taxi se les había pasado, me piden disculpas. Se cancela la fecha.

Tercera fecha. No voy. Obviamente no voy. Me quedaron debiendo dos taxis.

La pregunta surge: ¿Estoy siendo quizá muy demandante al pedir que se me trate como alguien que está colaborando con su tiempo y conocimientos?

DOS

Diciembre de 2016

Hay una película que ha estado en boca de todos últimamente y que se proyecta en el MALI en el marco de un festival de cine independiente en Lima. Marco mi calendario. El día de la proyección, estoy presente temprano, con algunas personas más. Esperamos 10, 15, 20, 30 minutos y la proyección no arranca. Pienso en irme. Finalmente, llega alguien y abren las puertas.

La sala es cómoda. La pantalla grande. Es un buen lugar para ver cine. La película empieza y alcanzo ese nivel de concentración necesario para que un filme te absorba por completo durante todo el metraje. Hasta que un antivirus salta en la pantalla de cine. Ha iniciado el escaneo programado del disco duro de la laptop de donde se proyectaba el filme. Un discreto cursor de mouse aparece, cierra el antivirus, regresa a la pantalla.

No puedo concentrarme el resto del filme. Salgo algo amargo, pues la proyección no fue gratis.

Febrero de 2017

Un festival promociona películas que “alguien no quiere que vea”. El concepto me parece sugerente hasta que en la programación veo dramas históricos que difícilmente alguien podría censurar o prohibir en cualquier situación. Decido dejar esto de lado y procedo a aventurarme a la proyección de un documental de mi interés. Voy acompañado de unos amigos.

Ingresamos a una casa en Barranco con un patio gigante. En el trayecto hay un espacio más pequeño acondicionado para proyectar una serie de documentales peruanos que corren constantemente. Es un piso de tierra, con algunos troncos colocados para que la gente pueda sentarse. Atravesamos el espacio e interrumpimos la proyección con nuestra sombra.

Al fondo hay un puesto de venta de pizza, choripanes, cerveza, “aguaymanto-sour” y todos aquellos elementos fundamentales para acompañar una proyección de cine documental. Giro a mi derecha y veo un patio muy grande al aire libre, un ecran inflable y mucha gente: en colchonetas, en sillones viejos, en otras colchonetas, sentados contra un árbol.

Odio estar echado en el suelo. Finalmente encuentro un rincón donde puedo ver el filme en un ángulo de 45 grados. La luz del baño se cuela, el ruido del baño se cuela. El sonido se va, viene, baja, sube de volumen. De pronto empieza a garuar. Felizmente no pasa a mayores. La película es bastante lograda, pero menos lograda es la posición en la que me tengo que colocar para verla. Finalmente termino con algo de mal humor. Hasta pienso que se me podría haber llamado malagradecido de no ser porque había pagado una entrada para ver ese filme en aquellas condiciones.

Que vintage, pienso. Que hípster, que barranquino, que under.

Mayo de 2017

Llegamos a un local en el Centro de Lima cuya existencia es nueva para nosotros. Un nuevo espacio alternativo que estamos entusiasmados de conocer. Tras buscar por unos minutos la dirección exacta, ingresamos a lo que parece una quinta, a la mano izquierda, por una puerta pequeña.

El tránsito es hacia abajo, entre muros graffiteados y un cordel de luces led verde. Es simpático el ambiente under pero me preocupa un poco el ingreso. Luego de unos segundos concluyo que ante cualquier terremoto, nuestra muerte sería inevitable. El pequeño laberinto de ingreso me hace recordar a la escena abridora de aquel filme de Noe, Irreversible. Río por dentro y llego al ingreso.

Nos reciben un chico y una chica. Pagamos 3 soles, lo que me parece una donación adecuada por el espacio, aunque escucho que para otros filmes se cobra hasta 10 soles. En fin. Se nos ofrecen chelas, cosa que me confunde. ¿Otra vez chelas? Ferrara estaría feliz viendo cine así.

Ingresamos. Vengo a ver a un artista visual peruano que va a realizar una proyección en vivo. Efectivamente, el artista peruano está, su laptop está, hay un micrófono y un equipo de sonido por ahí. Dos pantallas, una mirando hacia mi derecha, una pared blanca, la otra a mi izquierda, tres trozos de cartulina grande mal pegados, donde la sombra de la proyección frente al material se colaba formando tres líneas negras verticales. No hay sillas. Robo una silla de la entrada. La oscuridad me impide ver gran cosa pero a pesar de ello noto la suciedad extrema del lugar. Hay muebles viejos, sillas de madera, banquitos de plástico. El sitio es notablemente under, extremadamente under, quizá ya demasiado under. Fuera de bromas, parece un fumadero de pasta básica.

No logro concentrarme demasiado, a pesar de lo interesante de la proyección. Estoy pésimamente ubicado, no logro superar el hecho de que estoy viendo una proyección en cartulina blanca y el aire viciado empieza a incomodarme. Una luz se cuela desde el otro cuarto. La proyección acaba. Ruego por irme pero tengo que esperar unos 20 minutos a que mis amigos hagan vida social.

Sentado en una silla, me pregunto si esto es cuestión de pobreza o carencia de recursos. Inmediatamente me respondo que no, que esto es dejadez, que cualquier persona con determinación alguna podría hacer algo mucho mejor. A punta de polladas, fiestas, venta de alcohol, juntar algo de dinero para comprar un buen ecran, unas sillas duraplast  y acondicionar un lugar adecuadamente para proyectar. Al menos limpiarlo.

Pienso que, en estos espacios alternativos, las buenas intenciones quedan muy pequeñas ante lo grave de las condiciones.

Pero que hípster, que under, que bacán.

Mayo de 2017. (II)

Converso con dos colegas sobre otro de los espacios alternativos en Lima, aquel que está ubicado en un local miraflorino de una universidad peruana. Recuerdo haber ido muchas veces ahí, y sinceramente, siempre lo encontré decente. En realidad no es más que un aula escalonada donde se hace el uso de un proyector para pasar películas desde una laptop con unos parlantes de computadora a mucho volumen. Quizá esa sea la máxima calidad que podemos esperar de una sala alternativa aquellos ávidos de cine distinto.

Converso con dos colegas pues, hace poco había visto en su programación una película recién estrenada en 2016. Una película sobre un rey. E inmediatamente me pregunté, casi cándidamente, cómo habían conseguido los derechos de proyección de ese filme. Tema cuestionable, sobre todo si se hace en un ámbito académico como es una universidad. Y esta práctica se hace en TODAS las universidades del Perú con la excusa de que se trata de eventos de difusión cultural. Una cosa es pasar películas en una clase con fines pedagógicos, pero otra dárselas de programadores o curadores con DVD piratas.

La respuesta llega de inmediato: como todos los filmes que se pasan y siguen pasando ahí (y obviamente, en muchos lados), ninguno tiene el permiso formal ni la compra de derechos de los autores. Es decir, es un Polvos Azules donde todos podemos llegar, sentarnos, ver una película, escuchar algunos comentarios sobre la misma, es decir, CULTURIZARNOS, y luego irnos.

Luego me informan que se armó tamaño roche por la proyección de ese filme, tanto así que tuvieron que cancelarlo. Me pregunto si otros autores hubieran hecho escándalo si supieran que sus películas se proyectan en una sala alternativa.

Puede que no. Puede que sí. Al menos no cobran.

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PUNTOS NEURÁLGICOS PARA EL DEBATE

  1. Lo precario no es encantador, sobre todo si no se proporciona el estándar mínimo de calidad para la proyección de un film. Es una señal de respeto al cine en sí mismo, al espectador y al autor de la película, cumplir con ciertas condiciones para que su obra sea apreciada de la mejor forma posible. No le voy a llamar falta de recursos, porque no es el tema. No puede ser que aparezca el vlc player en pantalla antes de una proyección, o que salte un cursor, o que aparezca un antivirus. Si de por sí ya significa que se está proyectando un archivo de formato comprimido en vez del propio formato de proyección digital, e incluso cuando el autor acepta que se programe la proyección desde un blu ray, o un archivo digital, el mínimo de consideración es no sacar al espectador del momento con acontecimientos como esos. Exigir un estándar de proyección no es apelar a un elitismo cinéfilo.

De la misma forma podemos hablar de charlas con cineastas invitados donde el sonido del micrófono del mismo se va de pronto, donde la película se glitchea, etc. Cuestiones técnicas que nada tienen que ver con la inversión. ¿O acaso hay una intención de mostrarnos como un país de tercer mundo haciendo su “mejor esfuerzo”? La desorganización y la desidia reinan en los circuitos alternativos de Lima.

  1. Necesitamos algún tipo de sistema que nos permita proyectar filmes CON AUTORIZACIÓN de sus autores en salas alternativas. No es imposible. En el año 2015 personalmente organizamos con Desistfilm sendas proyecciones en la sala Robles Godoy. Todos los filmes fueron proyectados con permiso de sus autores y hasta con consentimiento legal de productoras como Capricci. No cobramos. Nadie me puede cobrar 10 soles para entrar a ver Lost Highway en un cuarto sucio en el centro de lima.
  2. Falta respeto para el trabajo de algunos profesionales en el ámbito de la crítica de cine. Esto no solo me ha ocurrido a mí, pero también a otros colegas. El hecho de que uno no sea Jonathan Rosenbaum no implica que no esté donando su tiempo y preparando algo para exponer. Lo mínimo que se espera es una buena organización, buenas instalaciones y un vaso con agua.

Conversemos.

desistfilm

3 Replies to “ESPACIOS ALTERNATIVOS EN LIMA– BITÁCORA DE TRAGEDIAS”

  1. Antes que llegue la era digital, el proyecionista tenía que estar muy atento para evitar los cortes al reemplazar el rollo de la película. Y ya no existen los que llevaban en moto las latas con los rollos a veces muy gastados.

  2. Me parece que este post solo tira mierda a los espacios alternativos, la capacidad de gestión de sus organizadores, y pone en entredicho el compromiso y la seriedad con que estos se toman su trabajo. La verdad que no me identifico para con nada la mirada del autor.
    Creo que los espacios alternativos tienen la función de acercar a nuevas audiencias al cine, precisamente aquellas que no van a la Robles Godoy. Esa potencial audiencia que circula por alrededores de estos espacios alternativos. Encontrar nuevos auditorios, nuevos tipos de espectador; no hacernos sentir «vintage», «hipsters», «underground», etc. tal como el autor parece insinuar.

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