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Por Mónica Delgado

La mayoría de festivales de cine nacen con el objetivo de convertirse en un espacio que promueve el arte y la cultura en sus diversas dimensiones. No solo se trata de exhibir distintos films nacionales e internacionales con la intención de visibilizar trabajos y contribuir al progreso de las industrias del cine, sino de formar y mantener nuevos públicos, para acercar un cine que no suele llegar a las carteleras comerciales.

Así, los festivales contribuyen a generar nuevos entornos para ver cine, sobre todo con películas que no llegarían a verse sino fuera de esa manera. Por otro lado, hay festivales que son grandes mercados de películas, como suele pasar con Cannes, Berlín y Toronto, pero también los hay aquellos más independientes que apuestan por un cine de riesgos expresivos, de directores jóvenes y de productoras pequeñas, como suele pasar con Locarno o Rotterdam. Y más bien quedaría como característica en común de los festivales es que son celebraciones del cine, en la medida que permiten que un cine diferente al del Hollywood y blockbusters usuales llegue al público.

Algunos festivales están subvencionados por el Estado, o son parte de una organización mixta, es decir que reciben aportes de la empresa privada y del Estado, más lo recaudado por su autogestión. Muchos, al tener como sede diversas ciudades con capital turístico, obtienen el apoyo del municipio, ya que se vuelven un polo de desarrollo local (hoteles, restaurantes, etc. Y fomentan el sentido de una comunidad interesada en la cultura). Por ello, las entradas suelen ser baratas, permitiendo el acceso al público, sobre todo a estudiantes.

El Festival de Lima, organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, no es el único evento de esta naturaleza organizado por una entidad universitaria. Por ejemplo, la Universidad Autónoma de México viene impulsando desde hace algunos años el Ficunam, que tiene como propósito promover el cine mexicano joven, distinto y fuera de los circuitos convencionales. Por ende es un festival con perfil distinto y opuesto al de Lima, que más bien tiene como inspiradores a festivales como el de La Habana o Guadalajara, que perciben el término “festival” más como espectáculo que como encuentro de cine en sí en un sentido estricto en lo académico o como espacio de descubrimiento.

Desde hace algunos años, desde su viraje de encuentro latinoamericano de cine a festival en sí, el evento anual de la PUCP ha encontrado su público en un sector específico, que no es en su mayoría estudiantes de la misma casa de estudios o un público joven (como suele ser en otros festivales) sino en un público mayor y en un sector con poder adquisitivo revelado en el perfil de asistencia a los tres cines de Cineplanet, multicines ubicados en San Isidro, Jesús María y San Borja que conforman sus espacios de exhibición. Por otro lado, tener como patrocinador al Estado peruano, a través del Ministerio de Cultura y Canal TV Perú, ha ayudado a que se “democratice” esta opción, uniendo a la sala Armando Robles Godoy y a una franja en el canal estatal que no tienen otros festivales locales, como modos de hacer el festival para todos los peruanos. Sin embargo, a pesar de estos intentos por dinamizar los accesos, incluso desde muestras itinerantes que llegan a distritos más populares, las películas siguen siendo proyectadas en funciones que tienen el costo más caro de toda la región.

Un ticket para una función de una película latinoamericana en el Festival de Lima cuesta 20 soles (16 soles para estudiante), si es en alguna de las dos salas del centro cultural de la universidad. Si una compra una entrada en algún Cineplanet, el costo no se diferencia con los precios de los tickets para ver un film de cartelera. Por ello, la entrada costará entre 24 y 27 soles, dependiendo de la ubicación del multicine, lo que en dólares equivale a 7.40 a 8.90 dólares.

¿Cuánto vale un ticket en otros festivales de la región? Argentina cuenta con dos festivales importantes, el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, más conocido como Bafici, y el festival de Mar del Plata. Una entrada al Bafici cuesta 2.50 dólares (40 pesos) mientras que en Mardel la entrada vale 1.70 dólares (30 pesos). Y para estudiantes cuesta la mitad en ambos. Hay de por sí bastante diferencia si mencionamos el promedio de 8 dólares que cuesta en Lima, sobre todo si se tiene en cuenta que las personas no suelen ver solo una película sino varias, de eso se trata. A 8 dólares el ticket, el público accede menos.

Un ticket en el festival de cine de Cartagena cuesta entre 4 y 5 dólares, y en el Sanfic de Santiago, una entrada vale 4 dólares. En México los precios son variados pero nunca llegan a ser muy onerosos. El Ficunam cobra 2.20 dólares la entrada (un dólar el precio estudiante), mientras que un ticket en el Festival de Morelia vale 4 dólares. En Guadalajara la entrada al festival vale entre 2.50 y 3 dólares. La situación en el festival de Quito sí resulta cara debido a la dolarización de su sistema: 5 dólares, pero que no llega tampoco a igualar los 8 dólares que cuesta una entrada en Perú. Quizás el precio peruano solo se pueda homologar al costo de festivales grandes europeos: a los 7 euros que cobra San Sebastián o a los 9 o 12 euros que cobra la Berlinale. Qué lujo.

Pero hablemos de los otros festivales locales. Parece ser que el problema es la negociación con los multicines, puesto que festivales como Lima Indie o Transcinema, al tener como sedes a la sala Armando Robles Godoy y al MALI, el promedio de las entradas no va más allá de los 10 soles, es decir, tres dólares, pero solo en algunas salas, porque la mayoría de las proyecciones se exhiben con ingreso libre. En la Muestra de la Universidad de Lima el ingreso es gratuito a todas las funciones, lo que revela su intención de papel difusor y de acercar el cine a los estudiantes de esa misma casa de estudios. Esa es otra mirada. Esta misma experiencia sucede en Bolivia, con el Festival de Cine Radical, que se desarrolla en La Paz, cuyas funciones son de ingreso libre, aunque se cobra en algunas proyecciones de películas locales, donde se intenta colaborar con los autores de ese país, donde el costo de entrada bordea los3 y 4 dólares.

¿Por qué tenemos en Lima uno de los festivales con las entradas más caras del mundo? Una de las respuestas está en la negociación del festival con los multicines, donde las reglas del libre mercado quedan más desnudas que nunca. Así el festival se aleja de su dimensión inicial de hacer accesible el cine a un público diverso y su apuesta va más bien se centra en afianzar el interés de un sector determinado, que ha capitalizado y fidelizado bien, sino no habría funciones agotadas. Ojo que todos los festivales que menciono líneas arriba tienen como sede a multicines, pero los precios son distintos a los films de la cartelera comercial.

El lema “El Cine nos une” queda mejor como sutil broma, sobre todo porque el precio de 8 dólares se revela como la primera valla de exclusión que habría que sopesar. También porque no se corresponde con la calidad de las proyecciones, muchas de ellas opacas, o con proyectores viejos. Por lo menos los precios dejan más en evidencia el público objetivo, la finalidad del festival y su clara intención de cine solo como espectáculo.

Publicado originalmente para El Arte y el Diván.

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